En la frontera de Laos

Me encuentro a orillas del Mekong, en la famosa zona de las 4000 islas (Si Phan Don) en Laos, que desconocía por completo. Hace sol, mucho sol. Hoy dormí en mi Hammock la noche de fin de año, unas navidades atípicas en pleno trópico. Nunca había experimentado esta sensación antes. Lejos de casa, aunque no sea muy chico de familia; calor en diciembre, una arma genial para utilizar en Facebook y la sensación, ahora más que nunca de que la Navidad es totalmente una farsa.

Si, estoy de resaca. El wisky Lao es el brebaje por excelencia con el permiso de la omnipresente Beer Lao. No lo voy a negar, siempre me ha gustado beber ¡Los fines de semana claro está! Luego paso a ser todos los días la cerveza típica. pero eso era antes. Ahora solo bebo wisky, ron, buckets, cervezas de todos los colores, y brebajes hechos de arroz, todo un logro eh? No es mi intención hacer apología del alcoholismo pero si preguntamos a los jóvenes y no tan jóvenes si en mi tierra se bebe la respuesta da miedo.
Me encuentro en la isla de Don Det, de carácter entrañable, población local extremadamente amigable y sensación de Robinson Crusoe en toda regla. Laos fué una colonia francesa y se nota, aqui a los extranjeros les llaman falangs, que deriva de la palabra francés y que es muy utilizada en el sudeste asiático, aunque con más frecuencia en Tailandia, Camboya y Laos.

LLegué ayer por la mañana con la mochila quechua a reventar, dando tumbos de una lado a otro después de dejar el longtail boat que me llevaba de la carretera a la isla. Estaba cansado de no hacer nada, eso pasa cuando uno es vago profesional muchos años y luego trata de desquitarse, me había pasado la noche anterior programando el viaje a Camboya y quería dejarlo listo: Rutas, ciudades a visitar, territorios guiris donde lanzar Napalm, ya sabéis lo típico. El sol abrasaba y eran las ocho, se planteaba mi primera decisión: ¿izquierda o derecha? Cómo no...izquierda siempre! Da igual si me llevaba a un abismo, ese era el camino!....Ande un cuarto de hora por las calles de tierra a través de niños, cabras, tuk tuk, sabaidees y pequeñas casas convertidas en tiendas de consumibles variados. Me pasó por la cabeza volver atrás pero eso hubiera significado un deshonor, además contemplar la posibilidad de retomar el camino a derechas no me hacía mucha gracia.

- ¡Sabai dee! - Genial, pensé, alguien ha conseguido parar mis pensamientos a tiempo.

- ¡Sabai dee! - contesté. Una figura salia de una casa en el lado oeste del camino, al este tenía el río y un conjunto de bungalows apilados en forma paralela a él.

Los que estamos contaminados, como yo, prejuzgamos sin saber. En una milésima de segundo basto para describir a aquél tipo por su aspecto. Era un hombre local, moreno de piel tostada de ojos negro azabache y rasgos asiáticos, con una media melena tumbada a un lado y  arrugas de expresión acentuadas de pasarse la vida riéndose. Una monada vamos. En ese instante pensé que como muchos otros locales su intención era ofrecerme alojamiento, comida o algún tipo de souvenir. Tampoco le entendería porque aquí no hay muchos que hablen inglés por lo tanto seguiría mi camino como hasta hora había hecho con una total educación.

Gran error. Ese tío me fascinó. Me dijo que me sentara en un pequeño banco hecho de bambú presuntamente construido por él mismo y me ofreció agua. En un inglés muy bien dominado me confió su nombre Phao y me explicó que era dueño de la Guesthouse que se encontraba en la otra parte del camino tocando al río y que en ese momento estaba lleno, pero si quería dormir en la hamaca del restaurante no había ningún problema. Mi cara era un poema, ese tío me quería acoger en su casa sin pedir nada a cambio. ¿Porqué? Otro error, dos en menos de cinco minutos. Decidí aprender de ello: no prejuzgues sin saber y sobretodo no desconfíes de la buena fe de la gente - me dije.

Me presentó a su familia, tenía su madre de avanzada edad, su mujer de unos cuarenta años y sus cuatro hijos. Éstos, dos niñas y dos niños, variaban en edad. El mayor tenía unos dieciocho junto a la niña que tendría once. Los otros dos eran más pequeños y rondaban los seis años de edad. 

- ¿How you are? - Me dijo Phao riéndose a carcajadas.

Él sabía de sobras que estaba mal dicho, pero siempre tenía un detalles de esa manera. Me deseó un feliz año nuevo y me regalo una pulsera de color marrón para mi buena fortuna. Esto ya lo había visto antes. Los monjes budistas y los cabezas de familia regalaban pulseras a los más allegados para desearles buena fortuna. Tal era su creencia en ello que ponían adornos en la proa de los barcos, en el manillar de las bicicletas y en el parabrisas interior de los coches. Ellos creen plenamente que Buda está con ellos en los viajes y mantiene su protección a los viajeros navegando al frente de la nave. Hermoso.




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