La hamaca y el sexo, primera parte

Esta historia poco tiene que ver con mis experiencias comunes en el sudeste asiático, es más, podríamos decir que me quede sorprendido de la complejidad intelectual del sexo femenino al oír una conversación de una mesa próxima a la nuestra.

El restaurante Steakhouse era conocido en Don Det. Los propietarios del negocio, un Australiano emparejado con una local de Don Det, se dedicaban toda la tarde a cocinar las mejores carnes a la parrila que había probado en muchísimo tiempo. Tal era su fama que los falangs de la isla abarrotaban el lugar cada tarde a la espera de ese chuletón de ternera, Entrecôte o costillas de cerdo con mil salsas y especias del lugar. La fusión entre cocina occidental y oriental era perfecta y si encima le sumamos que el plato, de proporciones dantescas, costaba 4 euros, ya podía morirme tranquilo.

Jimmy y yo manejábamos con arte el cuchillo. Cortábamos sin tregua cada trozo de aquella jugosa carne como si nos fuera la vida en ello. Tal era el espectáculo que todas las mesas del lugar ya nos habían hechado el ojo y empezaban a conchabar entre risotadas en idiomas variados e indescifrables. Comíamos conscientes de que iba a ser nuestra última vez en aquél lugar ya que pronto abandonaríamos el lugar y aquella pareja dejaría de ser, muy a mi pesar, nuestros anfitriones. Nos disponíamos a abandonar el lugar cuando una palabra lejana rozó nuestros oídos desde una mesa de chicas en la pared. Jimmy me paró cuando había puesto píe y medio fuera del lugar y me llevo dentro de nuevo, poniendo otra Beer Lao entre mis manos. Me disponía a hablar cuando otra palabra, ésta muy entendible para mí, llego a mis oídos. Nos miramos con cara de póquer.

¿Qué relación podía tener  Sex y Hammock en la misma frase?


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