Renacer de la nada

Anocheció sin darme cuenta, hacía tiempo que no me pasaba. Estuve toda la tarde en Dragon Guesthouse, mi santuario en Phnom Phem. Hacía calor y me sentía agotado mentalmente. Traté de escribir algo útil en el transcurso de la tarde y no pude. Un profundo sentido de frustación me invadió y me hizo sentirme débil. No me gustaba esa sensación, creía que la había dejado atrás hacía meses a lo largo de mi viaje y no quería volver a sentir esos miedos nunca más. En plena discrepancia con mi alter ego, retomé el teclado para poner un título a mi escrito que fuera acertado. Dicen que el título de una obra es el último paso y así fue. Dejé en blanco ese espacio parpadeante y me concentré.

Soey y Muey eran los agradables dueños que regentaban Dragon. El hostal era sencillo y agradable. Unas escaleras invitaban a entrar a todo cliente que se acercara desde la calle principal número 107 en plena ciudad, donde el tráfico era intenso en la mañana e inexistente por la noche. Me hallaba en el comedor principal, a la derecha un balcón al aire libre con vistas al edificio de enfrente me invitaron a sentarme horas atrás. Soey, un hombre corpulento y rudo, era la alegría del lugar. Hablaba con todos con un inglés que solo entendía él y lo remataba con un estado alcohólico perpetuo, contando chistes y sonriendo a todas horas. Su mujer, de corta estatura y generoso escote, llevaba las finanzas del lugar como toda mujer Camboyana. Ella era el cerebro y su marido, el alma. Una perfecta combinación.

No había escrito ninguna palabra hasta entonces. Mi cursor seguía inmóvil, como estatua esperando ser relegada de esa prisión de inexpresividad. Intenté, sin éxito, abrir mi mente con música relajante, marihuana y cerveza. Mi problema no era una simple falta de concentración, tenía un transfondo mas grave: No tenía nada que decir.

Me disponía a recoger mis herramientas de tortura mental cuando se sentaron a mi lado. La pareja parecía preocupada por mi. Me habían observado tímidamente toda la tarde como ser extraño e incomprendido y decidieron mover ficha antes de acostarse. Me senté de nuevo, empujado por una necesidad de expresar mi pesar cuando me preguntaron si quería un café. Agradecido, acepte la oferta y cogí un cigarrillo despúes de veinte horas sin fumar, mi nuevo récord. Con una rápidez digna de ser elogiada trajeron mi café y un álbum de fotos. Mis salvadores abrieron el viejo álbum y me explicaron su comienzo en el lugar. Mi suerte estaba cambiando.

Dragon Guesthouse tuvo unos comienzos muy humildes y poco a poco fué creciendo hasta lo que hoy en día es. Cada fotografía me ofrecía una historia y una versión de aquel lugar de la calle 107. Años de trabajo duro para poder alcanzar un sueño, algo que para mi, era la máxima expresión de auto-realización. Poco a poco fui comprendiendo que ser pobre no es nada fácil. Sufrieron un incendio que lo arrasó todo pero aún así se levantaron, chantajeados por policias corruptos afrontaron pagos injustificados a cambio de su licencia y aun así se levantaron de nuevo. Mi empatía me inundó completamente permitiendo abrir mi mente a otro nivel. Esa gente logró sobrevivir al genocidio perpetrado por Pol Pot en el 75, peor que el holocausto nazi, además de levantar su negocio hasta la actualidad. Todo un ejemplo de superación.

Mi mente se hizo dueña de mis manos a la vez que escribía cada palabra con una necesidad agónica de compartir mi experiencia. Dias antes estuve en los campos de concentración y en la universidad que los seguidores del régimen utilizaron de prisión y salas de interrogatorios: clases convertidas en prisiones, patios convertidos en tumbas, pizarras en mesas de tortura. El horror me volvió de nuevo al recordar los cientos de calaveras repartidas por todo el complejo.



Camboya es un gran país y un ejemplo de superación. Ojalá tuviera la capacidad de resurgir de la nada como la tenían mis anfitriones. Tomadlo como ejemplo, somos muy afortunados.

El título estaba claro.


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