32

La dama negra avanzó implacable, como Julio César haciendo historia cruzando el Rubicón. Las oleadas de mi contrincante se repetían insaciablemente buscando la ansiada deserción. Avanzé por el entramado de cuadros perdido como en tierra de nadie buscando la gloria. Es de necios pensar que podría ganarle, pero yo estaba allí, en ese precioso instante, aturdido pero decidido. La partida proseguía a ritmos de cajas y bombos sintetizados por el mismísimo Giovani Moroder. Mi compañero de viaje picaba el ácido sobrante de la noche anterior mientras yo me dejaba ir por el sonido electrónico. Cojí el rulo con ganas y aspiré, mi nariz explotó de placer y dolor como si fuera una contradicción. No lo era, fue algo contundente pero mi cuerpo necesitaba un aliciente para esa partida al estilo "catennazzio".

Después de varios jaques de advertencia mi planteamiento de la partida se había ido al garete. No tardé en darme cuenta de que no tenía nada que hacer incluso antes de empezar el duelo. Uno contra uno. Moví mi rey por enésima vez intentando contratacar. Su gesto cambió, mi movimiento dejo entrever una luz al final de túnel de pesimismo que me embriagaba a cada sorbo. Él parpadeó un instante e hizo deslizar su artillería pesada contra mi malherida empaladiza "noob". En un movimiento atribuido a maestros mi adversario doblegó mi pésimo juego y derrotó al ejército blanco, ironías del destino, derrotado.

Aquella partida era una de las pocas cosas de me hacía sentir vulnerable. Algo que no me gustaba sentir pero formaba parte de aquello que nosotros tenemos que experimentar. Perder. Ser vencido. Nuestros esfuerzos son recompensados con experiencias que nos enseñan a crecer como persona tanto en lo bueno como en lo malo.

Él ganó confianza en su juego y yo...

...

Volví a poner las piezas en su posición inicial. Era la hora de empezar de nuevo.





Comentarios

Entradas populares